A veces, sin más, me pregunto de dónde provienen o en qué circunstancias han nacido algunas frases hechas. En esta ocasión me pregunto ¿cuándo se acuñó la expresión bar de mala muerte? pero... ¿Cuántas veces hemos visto nosotros muertos en bares? ¿De qué año debería ser eso?
Todo esto se resolvería a dos clics de distancia de donde ahora redacto este escrito, pero sigo rumiando, sigo desgranando la sensación de no saber y me recreo en esta expresión.
Ayer, salí de trabajar y me apetecía pedir algo para llevar. Llevo poco tiempo en el barrio y en realidad aún no conocía ningún restaurante que me acomodara tal necesidad. Decido caminar a lo largo de una avenida por la que no suelo pasar y el rótulo de un restaurante me llama la atención. No hacía mucho que me había adentrado en aquella nueva zona y al parecer ya había localizado mi objetivo. Sigo caminando hacia allí hasta detenerme en la misma entrada, donde encuentro unos menús doblados perfectamente y con unas fotos de comida suculenta. Empiezo a revisar el menú con detalle y a seleccionar mentalmente lo que voy a pedir, aunque cada plato parece llamarme la atención. Si este menú hubiese aparecido en mi buzón, muy seguramente hubiese tomado la decisión de llamar, las fotografías de alta calidad y el precio razonable invitaban a probar nuevos platos y hacían de esta situación un claro "win win". Pero la realidad del lugar se reveló una vez traspasado el umbral penumbroso, más allá del llamativo menú. Nada más entrar, me cruzo con un hombre chino, a mi parecer, y su motocicleta a los pocos segundos se escucha rugir por la avenida. Dentro se encontraba una mujer joven, también china, que me atendió con una mezcla de amabilidad y nerviosismo.
Luego de hacer mi pedido, no me iba a ir a esas alturas, me siento en la barra y empiezo a beber de la lata de cerveza que también había pedido junto a mi orden, y es entonces cuando me dedico a observar ese peculiar y fascinante lugar de mi nuevo barrio. El bar (porque era un bar) tenía estructura de bar, barra de bar, mesas de bar, utensilios de bar, una cafetera de bar... eso, todo ello, se había convertido en su pasado. Había dejado de ser un bar de mala muerte para convertirse en un luctuoso restaurante de comida a domicilio.
Mientras la chica cocinaba a escasos metros de mí, en una especie de wok improvisado y al abierto, un chisme a mis espaldas sonó haciendo una especie de pitido similar a un fax de los de antes. Es entonces cuando ella, estamos solos en el lugar, se dirige hacia el aparato y recoge lo que parece ser un nuevo pedido, así hasta en dos ocasiones más.
Sigo fascinado en la barra bebiendo mi cerveza y recolectando en la memoria los detalles del pasado de ese lugar: las llaves del viejo teniente, las botellas que antaño debían haber servido a los clientes usuales de la tasca, las raídas tazas y las sillas que han albergado a la clientela que, sin lugar a dudas, ya no frecuenta este sitio. Por curiosidad le digo a la chica si me puedo quedar a comer allí en una de las mesas que hacen más de decoración que de otra cosa, y ella me dice diligentemente que no, allí solo se pueden recoger pedidos. Me pregunto entonces, ¿cuánta gente del barrio conocerá este lugar? y ¿cuántos de ellos habrán recogido sus pedidos allí? No creo que muchos, la verdad.
Mi comida está lista, han pasado unos 15 minutos con todo y he sido el único cliente físico de ese peculiar recuerdo del pasado. La maquinilla sigue pitando y llega un nuevo pedido, la chica se dirige a recoger la nueva orden.
Mientras salgo me quedo pensativo, me asalta la frase antes mencionada y me pregunto, ¿un bar de mala muerte puede convertirse en un restaurante de mala muerte? En caso de que este tuviera clientes reales y no virtuales claro está...
Al llegar a casa como lo que había allí pedido y me sorprende comprobar que la comida no estaba nada mal. Decido guardar el menú, quizás vuelva en alguna otra ocasión a este bar de mala muerte, convertido en restaurante japonés regentado por chinos y con clientela virtual. Realidad que muy seguramente el propietario original nunca se debió imaginar y del que nunca sabremos, si fue o no, un bar (realmente) de mala muerte.
Alex [a-m]
¡Muy bueno!
El escritor demuestra grandes dotes de observación, a la vez que un deseo muy vivo de adentrarse en otras culturas ya sea en lo culinario o en general.
También está presente una curiosidad sobre el lenguaje, o sea el uso de las palabras y las frases y todo lo que eso implica.
Ameno y al mismo tiempo te hace reflexionar.
Mil gracias por tu comentario amigo Pericles!! 🙂